Comenzamos esta crónica con el testimonio del general Raúl Tanco, cercano colaborador de Perón por aquellos tiempos: “Llegó el año 1945; los trabajos de la oposición progresaban. Las fuerzas foráneas, que habían sido lesionadas, no cejaban en sus planes. La oligarquía, castigada en beneficio del pueblo, buscaba aliados en todos los sectores.
La prensa amarilla, la iglesia, los capitales extranjeros imperialistas, los ambiciosos vernáculos y algunos sectores que se auto determinaban de izquierda, lograron unirse con un objetivo común: luchar contra ese joven coronel que demostraba su garra y su patriotismo, y que ya era señalado por el pueblo como un líder indiscutido. Con cualquier otro era fácil llegar a negociar; con él, estaba demostrado que no era posible”.
Desde junio de 1943 se está produciendo un fenómeno nunca visto en la Argentina: el acceso de los sectores populares a las esferas de decisión gubernamental, a través de las delegaciones sindicales que el coronel Perón recibe y procura organizar. En un año y medio, el proceso se ha hecho irreversible. A pesar de que los dirigentes carecen –en algunos casos- de la experiencia necesaria para manejarse en la nueva situación, son incuestionablemente los representantes de sus propias bases.
La oposición señala que las políticas llevadas adelante por Perón implican una manipulación de las masas basada en el otorgamiento de prebendas, pero lo cierto es que la clase trabajadora, ignorando esas críticas mal intencionadas, se vuelca sobre el gobierno a través de la secretaría en la que Perón planifica los cambios sociales que estaban reconfigurando el país.
El año que comenzaba sería decisivo: la disyuntiva Braden o Perón que el coronel levantó como bandera marcará a fuego el enfrentamiento entre el viejo país y los sectores que enarbolan consignas antiimperialistas. Esa contradicción se reflejará en las consignas, en los gritos de lucha de octubre, cuando el pueblo recorra las calles exigiendo la liberación de su líder con extraordinario fervor. Tres años después, Perón caracterizó los sucesos desarrollados desde 1943: “En el aspecto político, la revolución cumplió debidamente su misión al terminar con un sistema y con unas normas que ya no se podían sostener sin grave daño del interés nacional. Actuó de barrera para dejar libre y expedito el camino del retorno a la Constitución sin falseamientos y sin privilegios de clase. Sólo con eso se hace acreedora a la gratitud del pueblo. Si luego en el aspecto constructivo, durante el período de gobierno de facto, no todo marchó fácilmente y aun surgieron serios tropiezos, fue debido al hecho inevitable de que la interpretación y los fines de la revolución no eran homogéneos ni siquiera entre los revolucionarios”.
Desde el inicio del año 1945 los hechos se suceden vertiginosamente. A comienzos de enero se crean los tribunales del trabajo que se convierten en un instrumento fundamental para consolidar las reivindicaciones del sector laboral. Esto generó una fuerte oposición de todos los núcleos patronales como veremos más adelante.
Ya en mayo, Braden encabeza la alianza opositora al gobierno. En julio, el desopilante embajador norteamericano haciendo caso omiso a toda prudencia que su cargo recomendaba expresó públicamente: “Fue por necesidad y no por gusto que Estados Unidos reconoció al gobierno de la Argentina”.
En junio, toma estado público el Manifiesto de la Industria y el Comercio, firmado por casi todas las entidades empresarias que sostienen: “El gobierno prosigue e intensifica una política económica y comercial cuyas consecuencias peligrosas nos hemos esforzado en demostrar”. Este documento dirige sus principales críticas a la Secretaría de Trabajo, a la que acusa de fomentar el odio de clases.
A partir de ese momento, se suceden innumerables demostraciones de fuerza del naciente peronismo y de los opositores. A fines de junio se reúnen dirigentes radicales de todo el país en la localidad bonaerense de 9 de julio y deciden ser parte de la Unión Democrática.
Lo cierto es que a esta altura de los acontecimientos las fuerzas desatadas tienen una dinámica que sobrepasa los deseos de todos sus protagonistas. Las aspiraciones y ambiciones individuales dejan de contar. El 12 de julio la C.G.T realiza una concentración que toma dimensiones desconocidas hasta la época en Florida y Diagonal Norte en adhesión a la gestión de Perón. A partir de allí todos los días se producen manifestaciones masivas protagonizadas por casi todos los gremios.
Estas multitudinarias concentraciones populares aterrorizan a la oligarquía y sobre todo a la clase alta porteña que ve horrorizada como la “negrada” ha tomado sus paseos, sus avenidas, su espacio en la ciudad.
Braden inicia una gira por el interior del país, apoyando a la oposición. Se comporta torpemente y contribuye a la polarización de las fuerzas en pugna. En esos días ya se ha instalado un grito de lucha que sintetiza el anhelo del pueblo: “¡Perón sí, otro no!” se repite incansablemente en cuanto acto público se efectúa a diario.
En la titánica lucha que lleva adelante Perón contra las fuerzas de la reacción, cuenta con el apoyo de muchos camaradas de armas que lo apoyan incondicionalmente, así como de dirigentes de otros partidos que se han pasado al movimiento en ciernes y aceptan al coronel como su conductor. Y es en este momento cuando aparece con toda su fuerza la figura de Evita, quien comienza a descollar por su apoyo cada vez más entusiasta a la revolución que se está gestando.
En agosto recrudecen los altercados y enfrentamientos, muchos de ellos armados; varios muertos y heridos testimonian la violencia que se ha desatado, sobre todo en Buenos Aires.
El 7 de ese mes, en el Colegio Militar, Perón pronuncia un discurso estratégico que expresa un verdadero programa: “El centro de gravedad de las actividades de la revolución ha tenido distintas etapas; una etapa económica, una etapa social intensa y, ahora la etapa política; vale decir que, por un tiempo, el centro de gravedad de la acción estará en el aspecto político”. Tras explicar la gestión desarrollada en la Secretaría de Trabajo, añade: “Esa es la política social, como se ha llamado, que el gobierno ha desarrollado y que nos ha atraído, sin lugar a dudas, a toda la masa de los trabajadores del país… Una muestra la hemos dado cuando pusimos de 250.000 a 300.000 personas en Diagonal y Florida, acto que podemos repetir en cualquier momento. Con apoyo similar, yo inicio mañana la reforma agraria y que se levanten después los señores terratenientes, que durante toda su vida han explotado el campo. Yo he nacido en el campo, soy un hombre de campo y sé cómo proceden. Ninguna sociedad anónima puede tener, como tienen algunas, ¡de 1200 a 1500 leguas en la Patagonia! Eso no es posible. Si seguimos en ese tren de cosas, pronto las compañías formarán provincias o gobernaciones por su cuenta. Ese problema va a ser encarado; la revolución ha levantado la bandera de la reforma agraria y esa será una de sus grandes conquistas. Ahora bien, es natural que contra estas reformas se hayan levantado las fuerzas vivas, que otros llaman los vivos de las fuerzas, expresión tanto o más acertada que la primera. ¿En qué consisten estas fuerzas vivas? En la Bolsa de Comercio, quinientos que viven traficando con lo que otros producen; en la Unión Industrial, doce señores que no han sido jamás industriales; y en los ganaderos, señores que, como bien sabemos, desde la primera reunión de los ganaderos vienen imponiendo al país una dictadura”.
Este discurso fue muy importante por el lugar donde fue pronunciado y por la audiencia, compuesta mayoritariamente por militares de alta graduación. Es evidente que Perón intenta convencer a sus pares de que el Ejército debe unirse monolíticamente contra la reacción; sabe muy bien que hay focos rebeldes en la institución que se oponen a los cambios que él introdujo.
Mientras tanto, los disturbios callejeros se multiplican. En la inauguración de la 59° Exposición de la Rural, los representantes del gobierno son silbados. El 21 de agosto, ante un auditorio compuesto por obreros ladrilleros, Perón aprovecha la polarización para fortalecer su posición y expresa: “Cuando se dice pueblo, somos nosotros, y cuando se dice aristocracia, capitalismo y otras cuantas calificaciones, son ellos”. El 23 de agosto, los conservadores, radicales y socialistas adhieren a la Junta de Coordinación Democrática, que impulsa una campaña para pedir la entrega del gobierno a la Corte Suprema de Justicia.
El 24 de ese mes, el secretario adjunto de Estado, Nelson Rockefeller, hace explosivas declaraciones en Washington sobre la Argentina; critica duramente al gobierno de Farrell y a su política internacional, y dice que el pueblo argentino aborrece toda dictadura. Al día siguiente, renuncia a su cargo y en su lugar es designado Spruille Braden, quien sin embargo, permanece unos días más en nuestro país, seguramente para terminar de poner en marcha la Unión Democrática.
Farrell designa como nuevo ministro de Relaciones Exteriores al radical Juan I. Cooke –padre de William Cooke- sugerido por Perón.
El clima político se tensa cada vez más. Así se llega al 19 de septiembre, día en que se realiza la “Marcha de la Constitución y de la Libertad”, en la que la oposición juega todas sus fichas. El día anterior, Perón habló por la cadena de radiodifusión a todo el país. Primero definió los objetivos de la manifestación: “La anunciada convocatoria sólo encubre un acto más de la lucha sin cuartel que oscuras fuerzas de regresión están librando contra el gobierno”. Luego hizo referencia a la acción desarrollada por el gobierno desde el inicio de la revolución del 43, y alerta a los trabajadores: “Mañana puede haber desórdenes y quizá lucha; se realizará en un campo donde imperan las pasiones políticas extrañas a vosotros y a vuestros intereses”. Aconseja prudencia, la cual sintetiza en una consigna que poco después se hará famosa: “del trabajo a casa y de casa al trabajo”. La marcha se extiende desde la Plaza del Congreso hasta Plaza Francia, y reúne una multitud estimada en 60.000 personas. Los estribillos coreados por los manifestantes da cuenta de su sentir: “Hoy hacemos el cajón para Farrell y Perón”, “Con tranvía o sin tranvía, Perón está en la vía”, o la irónica adaptación de “La cucaracha”: “Perón y Farrell, Perón y Farrell/ ya no pueden gobernar/ porque no tienen/ porque les falta/ el apoyo popular”.
La realidad de los acontecimientos producidos un mes después demostraría lo inexacto de esta apreciación. Cuatro días más tarde, Braden abandona el país.
Es muy interesante el testimonio del general Tanco sobre lo ocurrido el día de la marcha: “El ministerio de Guerra estaba en Callao y Viamonte, lugar obligado de paso de la columna; el día de la marcha se había dado orden de cerrar ventanas y visillos, para evitar cualquier provocación innecesaria. El coronel Perón trabajaba con sus colaboradores. Nosotros estábamos algo nerviosos por los acontecimientos, mientras que él, aparentemente, le restaba importancia al asunto. Me convencí de ello cuando me dijo: Yo me voy dormir; ustedes miren, calculen y después me cuentan. Me quedé admirado de la sangre fría de ese hombre que ni siquiera sentía curiosidad por ver a la manifestación opositora. Un par de horas más tarde, cuando la marcha había terminado, fuimos a comentársela y él estaba roncando tranquilamente en el dormitorio que tenía instalado al lado de su despacho”.
El 8 de octubre de 1945 Perón cumplía 50 años. En vez de festejar en la intimidad familiar el destino le tenía reservado otro escenario. Obligado por las circunstancias, se reúne en el ministerio de Guerra con todos los jefes de Campo de Mayo, incluyendo al general Ávalos, cabecilla de los opositores a su gestión: “Señores, ustedes me han impuesto ser ministro de Guerra, me han obligado a aceptar la vicepresidencia, cargando con una enorme responsabilidad frente al país y al Ejército. De un tiempo a esta parte vengo observando que Campo de Mayo llega hasta el ministerio con verdaderas imposiciones que, en nombre de ustedes, hace llegar el señor general (100se refiere a Ávalos). Cuando a un hombre se le carga la enorme responsabilidad que ustedes me han impuesto, lo menos que ha de permitírsele es la elección de los medios para el cumplimiento de su misión”. Según varios relatos concordantes de diferentes militares que ese día estuvieron en la reunión, tras estas palabras iniciales se hizo un silencio sepulcral entre los presentes. Continuó diciendo: “Yo no puedo continuar así. Primero impusieron que el doctor Bramuglia abandonara la intervención de Buenos Aires y yo le pedí que renunciara, en beneficio de nuestra concordia; luego impusieron al ministro del Interior la eliminación de la subsecretaría de Informaciones y Prensa, y también se realizó. Ahora exigen la renuncia del señor Nicolini, nombrado por el presidente a propuesta del ministro del Interior. Yo no estoy dispuesto a intervenir para que renuncie, prefiero irme a mi casa” (100Nicolini era un amigo de Evita que fue nombrado a cargo del Correo Central por pedido de Perón).
Al día siguiente, los jefes de Campo de Mayo se reúnen y el general Ávalos es elegido para que entreviste a Farrell y le pida la renuncia de Perón a todos sus cargos. En todo el país se movilizan la mayoría de las tropas del Ejército para el caso de que Farrell ordene reprimir a los sublevados. Sin embargo, finalmente cede a las presiones y hace saber al coronel que es mejor que renuncie. Ese mismo día, Perón presenta su renuncia y al día siguiente es aceptada por el gobierno nacional y el traidor de Ávalos es nombrado ministro de Guerra. Perón concurre a la Secretaría de Trabajo y Previsión para despedirse de sus colaboradores y cuando llega una enorme multitud ya se había congregado para aclamarlo como el futuro presidente de la Argentina y comienza a repetirse el estribillo que sería una de las consignas de la campaña electoral: “un millón de votos”.
En el interin se instaló un pequeño palco en la calle para que Perón le hable al pueblo que sigue llegando a la intersección de Perú e Yrigoyen. Cuando sube, se dirige a sus partidarios: “Trabajadores, termino de hablar con los empleados y funcionarios de la secretaría de Trabajo. Les he pedido que nadie abandone los cargos que desempeña, porque se han presentado numerosas renuncias. Yo considero que en esta hora el empleo en la secretaría no es un puesto administrativo, sino un puesto de combate, y los puestos de combate no se renuncian, se muere en ellos”. El discurso, que es transmitido a todo el país por radio, es terminante y culmina así: “Pido orden, para que sigamos adelante en nuestra marcha triunfal, pero si es necesario, algún día pediré guerra”.
El 11 de octubre, Perón va a Florida, donde pasa la noche en casa de un amigo. El 12 se traslada a una isla en el Tigre. En la madrugada del 13, el jefe de policía, coronel Mittelbach, va a buscarlo para que vuelva a la capital, invocando el nombre del general Farrell; lo llevan a su domicilio en la calle Posadas y a las 2 y 30 de la madrugada, el subjefe de policía lo invita a trasladarse a la cañonera “Independencia”. Una vez a bordo es llevado a la isla Martín García, por entonces, presidio naval.
Muchos protagonistas directos de esta historia han sostenido que en realidad fue Perón quien forzó la situación para que lo detuvieran; que se trató de una magistral maniobra táctica para organizar y coordinar, desde Martín García, la revuelta popular que ya estaba en marcha y que a esa altura era indetenible. Durante los cuatro días que Perón permanece en la isla, pasa la mayor parte del tiempo confinado en una habitación dividida en dos por un tabique de madera a media altura, en las condiciones más precarias. Está prácticamente incomunicado, con un centinela que lo vigila todo el tiempo.
Cuando su amigo, el capitán médico Miguel Ángel Mazza lo visita, ambos analizan la situación. Carecen de información completa y fideligna de lo que está sucediendo en Buenos Aires. Perón desconoce la rapidez con que se suceden los acontecimientos y en las últimas horas no ha tenido contacto ni con Evita ni con sus partidarios. Mazza es su amigo pero no está involucrado en las luchas políticas; aun así le aporta algunos datos que le había transmitido el coronel Lucero, que son de importancia para que Perón pueda hacerse un cuadro general de la situación.
Mientras tanto, la situación política del país era caótica. Las bases sindicales comienzan a organizarse para liberar a su líder; el Ejército está convulsionado y sus integrantes divididos entre los que apoyan a Perón y los que se oponen; Evita trata desesperadamente de lograr la libertad del conductor. El gobierno convoca a elecciones para abril de 1946.
Las fuerzas reaccionarias disfrutan de su transitorio triunfo táctico. Tal vez el mejor símbolo del odio que le dispensan al coronel del pueblo fue una circunstancia anecdótica: el 11 de octubre, en el Círculo Militar, el mayor Desiderio Fernández Suárez lanzó a sus camaradas una consigna que consideraba patriótica: hay que matar a Perón.
Ahora sí, desde su prisión de Martín García, el nuevo líder popular comienza a urdir la maniobra que hará posible su libertad. El capitán Mazza, en su regreso a Buenos Aires, lleva varias cartas e instrucciones precisas; faltan pocas horas para que se produzca la gran eclosión del 17, que dará un vuelco definitivo a la historia argentina.
Las horas previas al 17
Fotografía de la Plaza de Mayo a las 11 de la mañana del 17 de octubre de 1945.
Es invalorable el testimonio del propio Perón sobre lo acontecido: “Desde mi llegada a Puerto Nuevo no escapó a mi percepción que en Buenos Aires había clima de tragedia. El verdadero pueblo estaba en la calle y había desaparecido, como por encanto, la turba de lechuguinos y damiselas empingorotadas, que días pasados asolaban la plaza San Martín, en un pic-nic “champañero y revolucionario”, pero intranscendente para los verdaderos argentinos”.
A las 6 y 40 de la mañana, Perón llega al Hospital Militar Central y se aloja en el departamento del capellán. Comienza a sumar información de lo acontecido en su ausencia. Al mediodía llegan el coronel Mercante y el capitán Russo, quienes habían fogoneado la movilización de los sindicatos y eran hombres de su máxima confianza. Poco después se suma el general Tanco y le transmiten el estado de la situación a esa altura del día. Las llamadas desde la Casa de Gobierno eran incesantes. Farrell estaba asustado y le reclamaba a Perón que calmara a la muchedumbre. Relata Tanco que: “En determinado momento Perón, volviéndose a mí, me preguntó: ¿hay mucha gente? ¿realmente hay mucha gente, che? Nunca me había tuteado, pero su creciente entusiasmo se comenzaba a apreciar en su cambio físico y espiritual. Volvía a ser Perón, el Perón que nosotros queríamos”.
Buenos Aires, mientras tanto era invadida por gruesas columnas de trabajadores que llegaban desde todas las localidades del cordón industrial. Desde las primeras horas de la madrugada han ido llegando cientos de piquetes de huelga y nutridos grupos de obreros que expresan en sus cánticos y consignas tanto la decisión de llegar a la violencia de ser necesario para que liberen a Perón como el tono de fiesta popular que su inminente liberación invadía sus espíritus.
El Hospital Militar está rodeado por miles de obreros. Incesantes delegaciones de trabajadores entran a entrevistarse con Perón, que a esta altura es el dueño de la situación.
También se acerca Ávalos para pedirle que hablara al pueblo para calmarlo e instarlo a retirarse de la plaza de Mayo.
El gobierno y los personeros de la reacción, especialmente Ávalos y el marino Vernengo Lima, estaban sitiados en la Casa de Gobierno por el pueblo. En uno de los balcones de la Rosada estuvieron en un momento Farrell, éstos dos militares gorilas y otros, entre ellos Eduardo Colom, radical, director del diario La Época, que apoyó a Perón desde el comienzo de su gestión, quien dio testimonio de lo conversado en ese balcón: “En el balcón grande, donde estaban Ávalos, Vernengo Lima, Farrell y otros militares, en un momento el ministro de Guerra trató de hablar a la gente pero Vernengo le dijo que estaba cometiendo un grave error, que esa concentración había que disolverla a balazos. Ávalos respondió que decidiera Farrell si se haría fuego contra la multitud y Farrell dijo que él no iba a tirar contra el pueblo. El ministro de Marina insistió explicando que las ametralladoras estaban sobre el techo. Si tiramos al aire se van a ir. Pero Farrell mantuvo su posición y dijo que no se haría ningún disparo pues la gente puede morir por el pánico. Yo no autorizo nada, dijo finalmente”.
Más tarde, cuando Ávalos quiso hablar, la multitud comenzó a insultarlo y se mostró tan hostil que finalmente desapareció del balcón, temeroso de algún atentado.
Ante los repetidos pedidos de Farrell y otros camaradas, finalmente Perón accede a hablarle al pueblo.
Él mismo cuenta los momentos culminantes de la jornada: “Llamé a los dirigentes obreros, consulté con ellos y con ellos me trasladé a la residencia presidencial, donde me esperaba el presidente con su abrazo cordial de siempre. Allí tratamos los pormenores de un arreglo, porque los obreros apreciaban que todos, incluso el general, habíamos sido traicionados por agentes de la oligarquía y exigían, en consecuencia, la renuncia del gabinete y la eliminación de esos hombres manchados por la traición. Así se hizo”.
A las 23 horas Farrell aparece en el balcón de la Rosada acompañado por Perón. En cuanto éste comienza su diálogo con el pueblo, todo cambia definitivamente en nuestro país.
Ha nacido el peronismo y hasta la fecha sigue siendo el movimiento social y político que más ha hecho por mejorar la vida del pueblo argentino.