10 de julio de 2013
Instituto Gestar

Por muchas décadas ganadas más

La presidenta Cristina Kirchner calificó como una década ganada a la que se inició el 25 de mayo de 2003 con el gobierno de Néstor Kirchner. Y tiene razón. Porque desde aquel momento la Argentina fue recuperando una creciente autonomía política y económica frente a la globalización financiera y especulativa que la tenía sometida desde 1976. Para ello inició un proceso de desendeudamiento y reconstruyó una matriz industrial productiva que mejoró al mismo tiempo el empleo y la distribución de la riqueza interna. Por tal motivo se puede afirmar que ésta es una década peronista que remite históricamente a otra: la década feliz de 1945-1955 edificada por la labor del general Perón y Evita. En aquel período, lo que había sido una republiqueta agroexportadora, dependiente del Imperio Británico y socialmente desigual, fue transformada en una nación autónoma e industrial con justicia social que integró a la comunidad, consolidando una clase media que hizo distintiva a la Argentina ante los ojos de América Latina y del mundo.


La continuidad de aquella década fue quebrada por un golpe de Estado en 1955 que procuró retrotraernos al país agropecuario y socialmente desigual que habíamos dejado atrás. Por fortuna, ese objetivo no fue logrado entonces, porque la resistencia de los trabajadores conducida por Perón desde el exilio logró impedirlo. Lamentablemente, dos décadas después, tras el fallecimiento del líder y la aplicación del terrorismo de Estado para impedir cualquier resistencia, un nuevo golpe logró finalmente terminar a partir de 1976 con la matriz industrial y distributiva de la Argentina.
Deslegitimación y desestabilización
Es por esto que el Proyecto Nacional, Popular y Democrático que conduce Cristina Kirchner se enfrenta a un doble desafío si quiere dar vuelta en forma definitiva esta trágica historia: deberá trabajar para que los que pretenden volver al país agroexportador, socialmente injusto y ligado a la especulación financiera no puedan deslegitimar o, más grave aún, desestabilizar la democracia para conseguir sus objetivos; y al mismo tiempo deberá ganar las sucesivas elecciones con candidatos comprometidos con la continuidad de este modelo económico-social, para no permitir que el proyecto se desdibuje en sus objetivos manipulado desde adentro en beneficio de las minorías concentradas y poderosas que pretenden que se extinga. Para tener éxito en el primer objetivo –evitar que se deslegitime la democracia o que se pretenda terminar con ella–, será necesario que nuestra organización política esté atenta ante cualquier intento desestabilizador total o parcial que se manifieste. Si bien llevamos treinta años de continuidad del orden constitucional y todos los sectores políticos proclaman formalmente su adhesión a la legalidad, no existiendo como en el pasado un poder golpista organizado en las fuerzas armadas o en las de seguridad, debe saberse que la minoría liberal conservadora que concentra el poder económico y mediático –que sólo acepta una Argentina agroexportadora ligada a la especulación financiera, que está en contra de cualquier esfuerzo por construir la industria nacional y de distribuir la riqueza interna– tiene grabado en su ADN el egoísmo, el autoritarismo, el racismo y la tentación dictatorial de asaltar el poder constitucional y de suprimir al otro por la violencia. Esta identidad agresiva y golpista de los sectores pudientes minoritarios se mantiene larvada desde 1983, pero se reactiva, toma vida y emerge cuando pasan los años y no pueden ganar las elecciones, o no pueden manipular a los gobiernos constitucionales en su beneficio. Por ello, ante una década de un gobierno nacional y popular que no se le rinde, esta minoría se desespera, pierde la paciencia y revela sus verdaderos deseos; cuestión que se puede comprobar con facilidad si se leen los comentarios crispados que los lectores de los diarios La Nación y Clarín escriben al pie de las notas en sus versiones digitales, los textos llenos de odio y de mentiras que sus blogueros hacen circular por internet, las expresiones exaltadas que cada tanto trascienden de las asambleas que realiza la Mesa de Enlace en distintos lugares del país, y el contenido de las pancartas y los gritos de muchos manifestantes de los cacerolazos.
En ese mismo sentido, hay que prestar mucha atención también al tenor de los editoriales en serie (100ya va por la tercera) que La Nación está publicando bajo el título “Hacia un totalitarismo bajo el ropaje democrático”, que se van complementando con notas de opinión que se preguntan, por ejemplo: “¿Qué queda de la democracia del 83?”, publicadas para censurar la iniciativa del Gobierno Nacional de reforma de la organización del Poder Judicial. Son todas argumentaciones que apuntan a deslegitimar la democracia, para crear las condiciones que permitan terminar en algún momento con ella; todo adobado, además, con operaciones mediáticas impactantes como las que lleva adelante Jorge Lanata, cuyo objetivo es denunciar la supuesta corrupción del gobierno nacional; el mismo cóctel de argumentos falsos que se usaron para justificar los sangrientos golpes de 1955 y de 1976; los que, lejos de terminar con lo que denunciaban, lo instalaron, porque no hay mayor corrupción que asaltar el poder constitucional para ejercer la dictadura. Esos golpes lograron el cometido de deteriorar primero (1001955) y de terminar después (1001976) con la matriz industrial con justicia social que había construido el peronismo.
Prepararse para garantizar la continuidad del proyecto nacional
Para tener éxito en el segundo objetivo –sostener en democracia la continuidad por muchas décadas más de la matriz industrial y distributiva– será necesario que el proyecto nacional y popular continúe ganando las sucesivas elecciones legislativas y ejecutivas en el plano nacional, provincial y municipal, con candidatos que al momento de gobernar tengan la voluntad política de mantenerse fieles al objetivo estratégico trazado; es decir que, parafraseando a Néstor Kirchner, tengan el compromiso y la voluntad política de “no dejar las convicciones en las puertas de sus despachos”, ante la presión y el chantaje que van a sufrir de las minorías corporativas económicas y mediáticas concentradas que se oponen. Caso contrario, si se ganaran con candidatos que se ofertan porque son mediáticos, atractivos, populares, etc., pero al mismo tiempo tengan poca o nula voluntad de enfrentar al poder económico y mediático concentrado, el proyecto nacional y popular más pronto que tarde se desvirtuaría y la gestión terminaría alquilada al neoliberalismo que gobernaría para sus intereses, pero con la cobertura electoral del peronismo; algo que ya pasó en la década del 90, con poco provecho para el peronismo y mucho menos para el pueblo argentino, que es al cual nos debemos los militantes peronistas si queremos ser fieles a nosotros mismos. No debemos olvidar que es de tontos “tropezar dos veces con la misma piedra”, como dice el refrán popular.
Pero, en determinadas coyunturas políticas adversas, no siempre resulta fácil triunfar con candidatos verdaderamente comprometidos con el sostén de la matriz industrial y distributiva que propone la perspectiva nacional y popular, como quedó expuesto en la elección legislativa de 2009 inmediata a la “crisis de la 125”. ¿Por qué pudo ocurrir esto y podría darse de nuevo, eventualmente? Porque en la contienda electoral se sintetiza, en un día, el enfrentamiento entre las voluntades contrapuestas permanentes de la comunidad. Por ejemplo, se expresa la voluntad política de quienes se oponen al gobierno nacional y sus políticas de transformación, no sólo desde la perspectiva liberal conservadora de la minoría con poder económico sino también desde la liberal progresista, que también tercia y que expresa ciertos valores de las clases medias; y es el pueblo con su voto el que inclina, en un día, el resultado hacia alguna de esas tres voluntades en pugna. Pero en esa contienda no participan sólo los candidatos, los partidos y sus militantes con sus mensajes y sus propuestas contrapuestas, sino que operan con un protagonismo estratégico cada vez mayor los medios de comunicación en todos sus formatos; y éstos son empresas económico-cultural-políticas no neutrales y mucho menos imparciales, sino comprometidas con la construcción de alguna de las voluntades electorales en juego: la nacional y popular, la liberal conservadora o la liberal progresista; y tienen capacidad, en función de sus propios intereses económicos, de construir o destruir los mensajes políticos, informando, desinformando o deformando, en una dimensión emocional y racional combinada que influye fuertemente sobre los ciudadanos en los momentos electorales, si éstos no tienen identidades políticas firmes y permanentes construidas entre elección y elección.
El triunfo electoral de 2011 fue posible porque Néstor y Cristina, lejos de resignar sus objetivos, de desdibujarse ante la dificultad de 2009, profundizaron el rumbo mejorando la gestión pública. Ejemplo de ello fue el regreso al sistema de jubilación estatal universal y la creación de la Asignación Universal por Hijo, para ampliar la inclusión social; también la sanción de las leyes de medios de comunicación audiovisual y de elecciones primarias para todos los partidos políticos, diseñadas al efecto de terciar desde el Estado a favor de un equilibrio de poder entre los medios y de reducir el poder de éstos sobre los partidos, respectivamente. En esa misma línea, se mejoró también la gestión política: Néstor se puso al frente de la convocatoria a la juventud que comenzaba a manifestar su deseo de incorporarse a la militancia, abriéndole espacios de participación en la política y en la gestión; y al mismo tiempo, desde la presidencia del Partido Justicialista creó el Instituto Gestar para formar a los nuevos dirigentes y cuadros del peronismo y del frente nacional y popular.
Néstor primero y Cristina después han explicando el sentido político e ideológico de las medidas que han tomado –llevando adelante así un proceso de adoctrinamiento popular y de formación de dirigentes y militantes–, porque ellos estuvieron convencidos de que la construcción de una mayoría electoral estable con unidad de concepción es lo único que puede permitir que el modelo de desarrollo sustentado en una matriz industrial y distributiva se prolongue en el tiempo, ganando las sucesivas elecciones con candidatos fieles a su identidad; y que esa unidad de concepción es el único anticuerpo eficaz para neutralizar las operaciones económicas y mediáticas de desprestigio de la gestión y de los candidatos que verdaderamente la representan; operaciones que siempre habrá que soportar en las coyunturas electorales como la actual.
Con nuestra memoria puesta en el legado de Perón y Evita –que crearon un formidable movimiento social y político, le dieron forma y pensamiento y construyeron una década de felicidad para el pueblo– y en el legado de Néstor Kirchner –que devolvió al peronismo la vocación de transformación nacional y popular que había perdido– comenzó la construcción de un nuevo ciclo de bienestar y por este proyecto el 27 de octubre de 2010 entregó su vida, el más alto ejemplo de altruismo y amor que un hombre puede dar. Su compañera, Cristina Fernández, continúa y conduce el proceso. Es por ello que reafirmamos el compromiso de mantener viva en nuestra militancia la voluntad de poder que es necesaria para que el peronismo se mantenga fiel al rumbo nacional y popular transformador y se puedan construir a lo largo de sucesivas generaciones muchas décadas ganadas más al servicio de la felicidad del pueblo y la grandeza de nuestra patria.

Mario Bertellotti
 

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