Resulta aconsejable analizar el presente a la luz de la historia, pues la analogía se torna plausible cuando viejos elementos persisten con el correr de los años. Desde luego, no faltan quienes creen que el recurso a la historia supone la sujeción a viejos dilemas y pensamientos anacrónicos. Sin embargo, también están los que valoran la riqueza intrínseca de la historia para desatar los nudos gordianos que buscan atorar la marcha de los pueblos.
En este contexto, cabe preguntarse si es razonable interpretar el altercado reciente entre Argentina y los Estados Unidos sin revisar los anaqueles de las bibliotecas que relatan vicisitudes de desencuentros y de tristes encuentros entre ambas naciones.
El intento de Washington por hacer ingresar a nuestro país un cargamento no declarado de armas de guerra, equipos de comunicación encriptada, software y drogas narcóticas produce una alerta sobre el patrón de relacionamiento que Estados Unidos pretende imponer a los países de la región, basado principalmente en el avasallamiento y en la búsqueda de impunidad.
La negativa por parte del gobierno argentino de permitir tal acto de ilegalidad y afrenta a la soberanía nacional, excede el simbolismo y pasa a convertirse en una medida enérgica y prudente, puesto que surge el enigma acerca de los motivos que sirvieron de catalizadores para que las fuerzas norteamericanas enviaran este tipo de elementos no declarados al país.
Es decir que el interrogante emerge debido a las características de las armas y los equipos incautados, dado que excedían ampliamente el motivo específico por el cual estaba permitida la entrada de efectivos norteamericanos (100un curso sobre manejo de crisis y toma de rehenes dirigidos al Grupo Especial de Operaciones Especiales de la Policía Federal). Este detalle convierte al suceso en un tema de marcada gravedad.
En efecto, este acontecimiento “menor” o “aislado” –al decir de ciertos formadores de opinión– que analizan el acontecer político con sorprendente ingenuidad (100o impulsados por intereses contrarios a los de la nación argentina), demuestra ya no una excepción, sino una característica de la política exterior norteamericana. Parecen de ayer mismo las palabras de Perón cuando advertía acerca del espíritu necesario para enfrentar los atropellos encarnados en la figura de Braden: “La base de mi actuación ha de ser la defensa de la soberanía argentina, con tanta mayor energía cuanto mayor sea la grandeza de quienes intenten desconocerla, porque desprecio a los hombres y a las naciones que se crecen ante los débiles y se doblegan ante los poderosos”.
Lo que está en juego, precisamente, es un tipo particular de relación en el sistema internacional entre los países poderosos y aquellos que, aún con dificultad y obstáculos, se esfuerzan por afianzarse como hacedores de su propio destino. En tal virtud, la defensa de la soberanía nacional debe manifestarse cotidianamente y no en promesas.
Cierto es que la política engloba lo prescriptivo, la “utopía”, pero también se encuentra motorizada por los actos cotidianos que marcan el terreno en donde los hombres y las sociedades definen su existencia. Las palabras hermosas y grandilocuentes deben materializarse en la vivacidad de la contingencia, de los conflictos específicos. Por ello, ¿cómo no inscribir el altercado diplomático con los Estados Unidos acerca del ingreso de armas, equipos y drogas de forma ilegal al país en una disputa sobre la soberanía? ¿Cómo no pensar que el atropello de una potencia se verifica también en estos actos ilusa o cínicamente presentados por algunos como “menores”?
Este episodio aún no está resuelto, hay en curso investigaciones judiciales que definirán la situación. Sin embargo, también están pendientes las disculpas de un país soberano a quien nadie se atrevería a devolverle con la misma moneda el avasallamiento soberano.
Siempre es oportuno enarbolar con actos la dignidad y la integridad de los pueblos. Las noticias de los diarios suelen entremezclarse con las necesidades corporativas de quienes son capaces de sacrificar dosis de soberanía en el altar de los intereses particulares. Por ello, resulta esclarecedor volver a las palabras de Perón para evitar atropellos a nuestra dignidad soberana.
Pablo Salinas
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