El gobierno nacional se reunirá este fin de semana en Mar del Plata, poniendo en escena lo que han dado en llamar “retiro espiritual” a fin de evaluar la marcha de la gestión.
Es interesante analizar cómo este gobierno apela a conceptos que luego desvirtúa en la práctica. Impone a través de los medios y redes sociales un discurso lleno de términos vacíos, banales y generalistas que expresan valores que luego se contradicen con la realidad. Dicho en otras palabras, utiliza conceptos que al mismo tiempo vacía de su contenido original para rellenar con otros que nada tienen que ver con la idea primigenia, pero que son funcionales a su interés en imponer un sentido común que permee al conjunto de la sociedad.
Así venden que se juntan para enaltecer y reforzar sus valores espirituales cuando en realidad cierran filas para limar las contradicciones internas que comienzan a supurar por todos lados.
Un retiro espiritual es una práctica que desde tiempos inmemoriales utilizan diversas religiones, entre ellas, el cristianismo y que implica alejarse por un tiempo de las obligaciones cotidianas y de los asuntos materiales para dedicarse a rezar o meditar. Es una forma utilizada por la religión para acercarse a Dios e implica también un alto grado de introspección. A través de la concentración, la relajación y la oración, un individuo deja de lado sus problemas terrenales y materiales entregándose a cuestiones más elevadas.
El retiro es considerado una herramienta muy potente para tratar a Dios con más cercanía e intensidad. Ayuda a fortalecer la fe y permite que ésta se convierta en la guía central de la vida. Para ello, un retiro espiritual tiene una serie de reglas y principios: se realiza en espacios donde impera el silencio, alejado del ritmo frenético de las ciudades; la persona debe estar en soledad para poder escuchar a Dios y reflexionar, aunque muchas veces se hace grupalmente alternando momentos en que se prescinde de toda compañía con otros compartidos con un grupo; a diario se ofician misas, entre otras.
Como decíamos, un retiro espiritual puede llevarse a cabo tanto realizando actividades individuales como grupales. Es habitual que sean impulsados por autoridades religiosas o líderes espirituales que tiene por objeto promover charlas grupales o dirigir proyectos compartidos entre los asistentes.
Ahora que tenemos más claro el concepto vamos a ver qué hay de esto en los retiros que el gobierno ha realizado y en el que hará este fin de semana.
Es obvio que el objetivo no será evaluar lo hecho hasta aquí en la gestión, pues no es el ámbito para ello, ni tampoco los actores que serían precisos para tal análisis.
Es sabido que desde hace tiempo se ha desatado una lucha interna dentro del gobierno donde distintos grupos dirimen espacios de poder de manera más o menos explícita tratando de predominar sobre sus adversarios.
De manera general, dos son los sectores en pugna, uno definido como político que pretende un gobierno negociador, acuerdista, que realice alianzas lo más amplias que sea posible, sobre todo con los sectores del peronismo que se presten a ello, que pretende que el ajuste, al que ven como inexorable, se lleve a cabo gradualmente, conducido por el ministro del interior Frigerio y un ala economicista, tecnocrática, integrada por los CEOS, que pretende mantener la identidad PRO lo más pura posible, refractaria a cualquier acuerdo que implique resignar la implementación fundamentalista del ajuste económico, que también consideran imprescindible, que encabeza el tuitero Marcos Peña. Hay una tercera línea, más crítica en los resultados de la gestión de gobierno, también promotora de acuerdos políticos amplios que garanticen la gobernabilidad, encabezada por el presidente de la Cámara de Diputados, quien irá al mentado retiro pero como observador, es decir cómo un Hannibal Lecter, amordazado y con chaleco, para que no tenga voz ni voto.
Descorrido el telón, este es el verdadero motivo de la reunión revestida de un aura espiritual: encolumnar a la propia tropa, que dirime sus diferencias cada vez mas pública y explícitamente.
Para ello, utiliza los métodos convencionales del macrismo, autoayuda, y de ser necesario, látigo y billetera.
Mientras tanto, el líder espiritual de todos los grupos en pugna, el inefable Durán Barba, les pega afiches en sus oficinas vociferando que sus principales valores deben ser, por ejemplo, cercanía, positividad y futuro. No parece que dé la talla pues cada vez le prestan menos atención.
Como sea, volviendo al retiro que nos presenta al presidente y sus principales espadas políticas como seres angelicales, lo cierto es que no son más que una cofradía cruzada por intereses materiales de clase que poco o nada les dice del sufrimiento de sus compatriotas porque su ADN está marcado por el individualismo más retrógrado cuyo único norte es optimizar sus ganancias personales y beneficiar a sus mandantes. Dicho de otra manera son ricos que gobiernan para los ricos, un estigma que a un año de gobernar, ya no pueden ocultar.
Tal vez sea conveniente recordar que estos retiros espirituales tienen un antepasado famoso. En tiempos de la autodenominada revolución argentina que catapultó al poder a un militar bruto y primitivo como era Onganía, un grupo de la ultraderecha católica, los cursillistas, realizaban este tipo de reuniones, cuyo principal objetivo era adoctrinar al poder militar en valores tales como el anticomunismo, el antiperonismo y la metodología autoritaria como práctica política. Así les fue, el gobierno de Onganía derivó en el Cordobazo y fue el principal responsable de la radicalización política de la juventud que más tarde derivaría en tragedia.
Tal vez este gobierno debiera rever su constante prédica contra la historia, analizar mas atentamente el pasado y así evitar cometer los mismos errores.
Y afirmo esto porque, salvando las notorias diferencias entre un proceso y otro, hay algunas similitudes preocupantes.
Al igual que en tiempos pretéritos el gobierno de Cambiemos está cada vez más alejado de la realidad vejatoria que afecta a millones de argentinos. Lee el diario de Yrigoyen, y habla de ficciones en las que ya nadie cree. Dividen a la sociedad entre buenos (100ellos) y réprobos (100todos los demás) ensanchando cada vez más la brecha entre dos modelos económicos y culturales antitéticos, descalificando de manera cruel y vergonzosa a quienes se resisten a aceptar una Argentina, modelo para pocos.
Finalmente, ya que el gobierno es afecto a las formalidades litúrgicas sería conveniente que lean las palabras del Papa Francisco, y conozcan su prédica de fondo: “…tenemos que decir «no a una economía de la exclusión y la inequidad». Esa economía mata. Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida. Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a la cultura del «descarte» que, además, se promueve. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son «explotados» sino desechos, «sobrantes». En este contexto, algunos todavía defienden las teorías del «derrame», que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico.
Mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz. Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera. De ahí que nieguen el derecho de control de los Estados, encargados de velar por el bien común. Se instaura una nueva tiranía invisible, a veces virtual, que impone, de forma unilateral e implacable, sus leyes y sus reglas.
Hoy en muchas partes se reclama mayor seguridad. Pero hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos será imposible erradicar la violencia. Se acusa de la violencia a los pobres y a los pueblos pobres pero, sin igualdad de oportunidades, las diversas formas de agresión y de guerra encontrarán un caldo de cultivo que tarde o temprano provocará su explosión. Cuando la sociedad —local, nacional o mundial— abandona en la periferia una parte de sí misma, no habrá programas políticos ni recursos policiales o de inteligencia que puedan asegurar indefinidamente la tranquilidad. Esto no sucede solamente porque la inequidad provoca la reacción violenta de los excluidos del sistema, sino porque el sistema social y económico es injusto en su raíz. Así como el bien tiende a comunicarse, el mal consentido, que es la injusticia, tiende a expandir su potencia dañina y a socavar silenciosamente las bases de cualquier sistema político y social por más sólido que parezca. Si cada acción tiene consecuencias, un mal enquistado en las estructuras de una sociedad tiene siempre un potencial de disolución y de muerte. Es el mal cristalizado en estructuras sociales injustas, a partir del cual no puede esperarse un futuro mejor. Estamos lejos del llamado «fin de la historia», ya que las condiciones de un desarrollo sostenible y en paz todavía no están adecuadamente planteadas y realizadas”.
Palabras proféticas de las cuales el gobierno de Macri debería tomar nota urgentemente.
Por Jorge Alvarez