20 de marzo de 2017
Instituto Gestar

SUBE EL TERMÓMETRO SOCIAL

La Argentina vive el nivel más alto de conflictividad social desde el comienzo del gobierno de Mauricio Macri. La calle es el escenario de representación de las fisuras políticas y de una recesión económica que ni siquiera amaga con detenerse. El Diario trasandino Uchile titula en su edición del 8 de marzo “La calle bloquea el giro neoliberal en Argentina”El País de España del 15 de marzo analiza el conflicto docente y compara a Vidal con Thatcher y los diarios locales, casi cotidianamente, publican alguna nota llamada “Sepa dónde son los cortes y protestas de hoy”, o algo por el estilo. Las manifestaciones del 6, 7 y 8 de marzo, resultaron ser una demostración contundente del gran descontento popular que hoy existe en nuestro país. Este hecho abre, en principio, dos elementos que requieren ser analizados: las causas y consecuencias inmediatas de esta situación.

 

LAS CAUSAS

¿Que más se puede agregar a lo que los rostros y cuerpos en la misma calle demuestran?, a la proliferación de estadísticas demoledoras -oficialistas y no, públicas y privadas- de nuestro estado socioeconómico y cultural actual, a lo que ni siquiera los medios más simpatizantes del gobierno del cambio pueden suavizar, relativizar e incluso intentar omitir.

Las causas del descontento son en realidad muchas y la mayoría categóricamente argumentadas: el contador de despidos no se detiene y es a su vez una de las causas del aumento de la pobreza (100obvia para todos menos para los analistas del gobierno); la inflación, que alcanzó picos exorbitantes el año pasado sigue siendo muy significativa para el bolsillo de un trabajador medio, que además tiene que lidiar con aumentos en una variedad notable de bienes y servicios: luz, gas, agua, telefonía, ABL, peajes, combustibles,  y ni hablar de los alimentos. Las causas económicas también aportan al malhumor de los sectores productivos, de las pymes y del sector comercial, presos de un círculo vicioso que congeló el consumo, desplomó las ventas y golpeó la productividad.

Pero las  causas no son solo económicas, son también políticas, sociales y culturales. Preocupa  a la gente la inoperancia en la seguridad ciudadana, que ha dejado de ocuparse de los vecinos en el territorio para emprender un supuesto combate contra el narcotráfico, del cual no se conocen resultados significativos. A la sociedad le indigna la decadencia educativa, simbolizada en la disputa que están librando los docentes de todos los niveles, en CABA y en la mayoría de las provincias. En este mismo sentido, y es uno de los principales reclamos de las organizaciones sociales, le fastidia a los ciudadanos la inoperancia en áreas fundamentales como salud o políticas sociales, en un momento en que se necesitan verdaderamente. Molesta y enoja viajar cada día peor, a pesar de que los precios suben y suben, la falta de iniciativas para mejorar la infraestructura básica y el descuido del ambiente. Por último, aparece una causa al descontento social impensada para un gobierno que se postuló como el paladín de la ética y de la transparencia: casos de corrupción, incompatibilidades insólitas y un falso errorismo se filtran por todas las grietas del gobierno y manchan al presidente (100los casos de Panamá Papers, Avianca y del Correo Argentino pueden ser citados entre los escándalos destacados). A ello debemos agregar una gran cantidad de funcionarios de su gabinete imputados, citados a declarar en causas judiciales donde se hallan involucrados (100Michetti: lavado de dinero, Dietrich: caso Avianca, Arribas: coimas de Odebrecht, Avelluto: contrataciones irregulares, etc.). Es decir, que el descontento revela también causas de tipo institucional que fortalecen las convocatorias de agrupaciones políticas, gremios y organizaciones frente a un modelo probadamente ineficaz y para pocos que nos lleva de nuevo al pasado.

 

LAS CONSECUENCIAS  

Cada causa de este descontento impulsa nuevos hechos y secuelas en el funcionamiento social. Por empezar, las masivas movilizaciones de la semana negra de marzo operaron como un efecto domino sobre una gran cantidad de manifestaciones de menor escala que conservan la temperatura ambiente y proyectan un mes donde el termómetro tocará picos altos, muy altos: marchas multitudinarias, cortes de calles en los principales centros urbanos, cacerolazos o ruidazos autoconvocados, instalación de carpas, ollas populares, entre otras tantas formas de protesta.

Quizá la consecuencia más importante del malestar social se produzca en relación con el desempleo, porque el descontento de aquellos que están reclamando por el trabajo que ya han perdido se convierte en miedo y angustia para aquellos otros que se encuentran ante la incertidumbre de poder ser los próximos. El desempleo y las dudas que genera su crecimiento constante atenta también contra las familias, pues el trabajo es el eje de sustento e integración fundamental para el desarrollo saludable de su vida; una cuestión elemental que cualquier dirigente con sensibilidad social debería comprender. El trabajo es dignidad y es progreso, significados que no forman parte de ciertas enciclopedias. En sintonía con esta situación, el descontento promovido por el gobierno fomenta una crisis de valores esenciales: solidaridad, responsabilidad, sentido comunitario y colectivo, paz  social y diálogo, entre muchos otros. Dos breves ejemplos recientes nos sirven para describir parte de esta situación: el primero, el caso de los voluntarios que quisieron “hacerse cargo” de las clases en las escuelas medias. Se trató de la iniciativa (100irresponsable) de un individuo (100que finalmente resultó ser un militante Pro recalcitrante y miembro de los servicios de inteligencia del ejército durante los años de plomo de la dictadura militar iniciada en 1976) con una bronca individual injustificada y un tanto (100bastante) irracional. El exabrupto impulsó una seguidilla de otros sujetos molestos que se postulaban en una red social para salvar a la educación. El sentido no deja de ser individualista, no hay una intención ni colectiva ni comunitaria, prevalece así el olvido del sentido solidario y la propuesta de deslegitimar, en la expresión compulsiva de bronca (100y más allá de que haya existido alguna buena intención por parte de algunos ciudadanos) una lucha que si es colectiva y que pretende reivindicar un derecho justo y válido. Esta manifestación se emparenta con la propia concepción política y filosófica del PRO (100que por el contrario se pretende como apolítica): el individuo es el sujeto político en sí, ni el pueblo ni otro tipo posible de colectivo es un sujeto político desde su punto de vista. En segundo lugar, el ejemplo es el mismo comportamiento de los funcionarios de Cambiemos en los medios, en los cuales se fomenta la insinceridad y la incapacidad de establecer ante las opiniones disidentes un diálogo fundado. Se percibe una falta de responsabilidad para hacerse cargo de los problemas que aquejan a la mayoría de los argentinos, por el contrario se realizan una serie constante de declaraciones ofensivas hacia el populismo, la herencia, los sectores “destituyentes”, etc. Existe, además, una especie de indiferencia por parte del mismo presidente, que ante las multitudinarias manifestaciones, se recluyó en Olivos solo para luego realizar afirmaciones agresivas o descalificantes. Por último, la desconfianza que empieza a aflorar sobre el manejo del Estado, de las instituciones y de los recursos públicos, contribuye al pesimismo sobre lo político por parte de importantes sectores sociales. Esto configura un importante conflicto de representatividad y es un factor que comienza a preocupar a Cambiemos, y sobre todo a su ala “republicanista” radical, pregoneros de la honestidad y las instituciones en un contexto preelectoral.

Vienen días y semanas difíciles, con paros confirmados por la CTA (10030 de marzo) y la CGT (1006 de abril), una marcha federal docente (10021 y 22 de marzo), la movilización por Memoria-Verdad-Justicia del 24 de marzo y organizaciones sociales en las calles, con la promesa continua de una reactivación que nunca se concreta y con el hastío popular que supura el tejido social. El descontento trae descontento, se comienzan a romper ciertas treguas y ya no alcanza con la apelación demagógica al diálogo. La sociedad comienza a desconfiar, se junta, se contagia y sale masivamente para reactualizar su capacidad histórica de movilización frente a una clase dirigente sorda y ciega, frente a un gobierno que niega lingüísticamente y filosóficamente la entidad del pueblo que responde a la negación apareciendo en carne y hueso, en voz y cuerpo, en la calle, en los medios y en cada lugar donde deba estar para que su razón sea escuchada.

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