2016 fue un año para el olvido, y al parecer también para el presidente, que luego de sus vacaciones se puso a trabajar en la estrategia política para el año electoral ¿El armado?: la profundización de una estrategia triangular que muy pocos resultados arrojó en el primer año de gobierno. Se trata de una geometría estructurada en dos tríadas principales (100una basada en la gestión y otra en la política) y varias circundantes (100la principal: la comunicacional) ¿Cómo funciona (100o no) este esquema de decisiones?
El triángulo estético-comunicacional
Lo conforman Marcos Peña, Jaime Durán Barba y Alejandro Rozitchner, y lo integran una serie de comunicadores visuales, tecnócratas discursivos y mini “ejércitos” de trolls digitales. Lo mencionamos en primer lugar porque el PRO debe ser uno de los pocos casos en los cuales lo comunicacional aparenta ser anterior a lo político, elemento que para su concepción tiene una connotación negativa.
La comunicación y el marketing en si por supuesto que no son nada malo, lo peligroso es que no exista un trasfondo de voluntad política para sustentar lo que se dice y capacidad de gestión para mejorar la vida de las personas. En las últimas semanas, el Jefe de Gabinete tuvo que ocuparse de ordenar ciertos traspiés lingüísticos y de la unificación discursiva de la alianza. Fundamentalmente, hubo dos hechos que obligaron a Peña a refrescar los lineamientos del marketing PRO: el primero de ellos tiene que ver con las declaraciones que Rozitchner, uno de los speechwriters principales de Macri, realizó hace dos semanas en una entrevista radial, allí afirmó que le preocupaba que el país “NO esté a la altura de las decisiones de Mauricio”, un verdadero e inaudito traspaso de responsabilidades y una hipótesis dudosa a juzgar por la mala performance del presidente; el segundo, surge de las expresiones que el gurú Durán Barba disparó luego de la atragantada cena de Macri con Mirtha Legrand.
El asesor estrella se despachó contra la presentadora y de paso sumó a docentes y piqueteros: “Jóvenes enmascarados, armados de garrotes, cortan las avenidas de Buenos Aires. Entrevistan en la televisión a uno de ellos. Por su tono de voz se puede presumir que se encuentra bajo el efecto de la droga, pero no se lo puede criticar porque según algunos políticos esta es la juventud heroica que salvará al Continente”.
Cada vez es más difícil para el Jefe de Gabinete controlar el bozal de un equipo donde todos comenzaron a hablar por su cuenta, decir lo que realmente piensan y “meter la pata” cada vez que salen en los medios. Este tipo de impertinencias se repite en boca de varios funcionarios PRO (100Gómez Centurión, González Fraga, Gabriela Michetti y muchos etcéteras) que parecieran ejercer una especie de estética de la provocación o, ¿por qué no?, de la ignorancia. Lejos estamos ya de un PRO en el sentido en que el apócope (100de Propuesta Republicana) lo quería presentar: professional, proposal, propositional, etc. (100todos anglicismos del ámbito de los negocios); hoy vemos al contrario, un Cambiemos desordenado, una triangulación que no funciona (100quizás ni siquiera en su estética gráfica de triangulitos de colores!) y el rechazo casi general de la opinión pública sobre las declaraciones de sus figuras centrales.
El triángulo de la gestión
Es anterior y más importante que el triángulo político, en coincidencia con una visión gestocrática que intenta sobre-ponderar la eficiencia y totemizar el “trabajo en equipo”. Esta estructura la integran, nuevamente, Marcos Peña y sus dos vicejefes, Mario Quintana y Gustavo Lopetegui. Sin lugar a dudas, este es el más flojo de los triángulos del armado que pretende sostener al presidente; los resultados saltan a la vista y se proyectan meses difíciles donde la tan prometida y postergada reactivación simplemente no sucederá. Al igual que el triángulo comunicacional donde, por ejemplo, los comentarios de Durán Barba exasperan a más de uno de sus propios dirigentes, este esquema de gestión, que se pretende más “horizontal” que vertical, genera muchas rispideces dentro de la alianza política con sectores y funcionarios abandonados y/o despechados (100Cano, Bergman, Aguad, etc.), ineficientes (100Lemus, Avelluto, Cabrera, etc.) o desprolijos (100Aranguren, Stanley, etc.), además de visibilizar incompatibilidades molestas como el hecho de que los coordinadores Quintana y Lopetegui se “repartieran” los ministerios pero con el cuidado de no hacer saltar posibles conflictos de intereses: por ejemplo, el primero intenta no meterse en Salud (100es el dueño de Farmacity) y el segundo en transporte (100fue CEO de Lan hasta fin de 2015). Ya no alcanza con la bajada discursiva ni los retiros espirituales, la sociedad que votó el cambio está expectante y reclama la eficacia y transparencia que se le prometió.
El triángulo político
Integrado por Rogelio Frigerio, Emilio Monzó y, por supuesto, el omnipresente Jefe de Gabinete. En paralelo funciona, además, un triángulo de corte político-electoral que toma también parte en las decisiones: María Eugenia Vidal, Horacio Rodríguez Larreta y Gabriela Michetti. Durante 2016, el triángulo político fue disfuncional debido a la lucha pronunciada de egos y de poder entre los integrantes principales, entre ellos y los de otros círculos o incluso entre ellos y el presidente.
Peña desgastó, por ejemplo, a Monzó para reducir su participación en muchas de las mesas de decisión, sobre todo por sus críticas al gurú ecuatoriano y por supuestas falencias en la “política territorial”. Para este tipo de casos, y luego de los “errores” del Correo y los cálculos jubilatorios, Macri comenzó a reconsiderar ciertas cuestiones y abrir canales de diálogo internos y directos, aquí entran a jugar hombres como Caputo (100su “hermano de la vida”) o Fernando de Andreis, su secretario general, pues las preguntas que surgen giran sobre si se le está informando bien y si se minimizan temas que luego le explotan en la cara.
Pero, además, la estrategia de los triángulos supone una serie de complicaciones por demás razonables y por lo menos obvias, sobre todo porque se trata de un gobierno de coalición donde las dos patas restantes de la alianza evidencian – aunque no quieran – muchos descontentos. En primer lugar, la UCR, en estado de semi-parálisis partidaria, casi sin reuniones del Comité Nacional y con oscilaciones en las posturas sobre temas importantes de la agenda pública. Así, y guardando por el momento ciertos principios rectores (100históricos) en el placar, sus funcionarios alternan entre la victimización (100después de todo aportaron mucho en el territorio y con votos a Cambiemos) y el tejido de operaciones para que se los considere en la disputa electoral de octubre. Por su parte, la Coalición Cívica no estaría presentando más que una Elisa Carrió intratable, que además pide “No ser usada”. A estos dolores de cabeza, Cambiemos sumó el portazo de Martín Lousteau en la embajada de EE.UU. y el virtual comienzo de la campaña en la Ciudad de Buenos Aires, donde Rodríguez Larreta rearma, un tanto perplejo y cuestionado por la represión de los docentes, su estrategia local.
La primera conclusión tiene que ver con Marcos Peña, participante estrella de todo triángulo y por tanto responsable estrella también de los fracasos que viene acumulando el PRO. Su aparente elitismo, que reproduce las mañas de la “vieja política” que dice repudiar, se contradice con su perfil de joven dirigente eficiente y gestionador. En los últimos meses, en los cuales modificó su tono discursivo – ahora mucho más agresivo – disminuyó consideradamente su caudal de influencia política, mediática y electoral. La segunda conclusión es que se consolida un gabinete camaleónico, con un grupo de funcionarios más violentos y las primeras muestras de represión concreta en las calles. Mientras en los medios se viven semanas pródigas de errores oficiales y de errores inventados (100esas acciones que se hacen pasar como improvisadas pero que forman parte de una estrategia real e ideológica), Macri intenta transmitir optimismo y dureza para fidelizar a su núcleo duro (100gran parte de ellos los participantes de la marcha del 1A). Por último, es preciso decir que no alcanza con simples combinaciones ternarias. Macri quiere enderezar un barco con retoques tímidos en el Gabinete, haciendo eje en una gestión que no obtiene resultados y apostando a la habilidad marketinera de su equipo para sostener una inestabilidad creciente. Sin dudas, el resultado de la contienda legislativa ya es una preocupación central de Cambiemos, porque si bien perder la elección no sería “el fin del mundo” – en palabras de Vidal – si constituirá en todo caso el comienzo de la decadencia política de un gobierno que hasta ahora no trabajó para el conjunto de los argentinos.