Un reciente informe de nuestra Cancillería nos permite contextualizar el doble estándar de las políticas comerciales de los países europeos: mientras que el máximo arancel del Mercosur es del 35% y el arancel promedio de nuestro país es del 11,8%, la Unión Europea ostenta aranceles que van del 71% al 151% para productos específicos (100manteca, queso fresco, arroz, maíz, etc.).
Estas políticas no terminan con la imposición de altos aranceles a las importaciones de algunos productos, sino que por el contrario forman parte de un arsenal de medidas dispuestas a proteger sus mercados, sus puestos de trabajo, tales como: la Política Agrícola Común, un conjunto de subsidios a las actividades agropecuarias que en el año 2013 habrá subvencionado con 57.500 millones de euros a los productores; medidas sanitarias y fitosanitarias; políticas de defensa comercial, etc.
En los últimos años, Europa ha sostenido políticas públicas conducentes a promover el desarrollo de una industria gigante para procesar biodiesel, olvidando que no contaba con la cantidad suficiente de materia prima europea. O peor aún, asumiendo que el neoliberalismo iba a ser eterno y las relaciones internacionales de poder iban a perpetuar el lugar de proveedores de materias primas asignado a regiones como nuestra América Latina. Sin embargo, ese supuesto está enfrentando una nueva realidad latinoamericana. Hoy sabemos que el único camino para construir una sociedad más justa es el del desarrollo económico con inclusión social y en ese sentido la industrialización juega un rol central en las políticas públicas de los países latinoamericanos y en Argentina en particular.
El atropello del que es víctima la industria del biodiesel argentino, que es una de las industrias más eficientes a nivel mundial y que representa una de las posibilidades de maximización de valor agregado de nuestras materias primas en origen, debe servirnos como sociedad para reflexionar acerca de la imperiosa necesidad de encontrar una comunión de intereses que nos conduzcan a la construcción de la Comunidad Organizada.
Estas industrias representan de algún modo a aquellos sectores más librecambistas, que pregonan las bondades del mercado y denuncian las ineficiencias de las que son víctimas por la intromisión del Estado. Sin embargo, esta exclusión discriminatoria del mercado de biocombustibles español nos muestra de qué manera un Estado fuerte es la única herramienta con las que estas empresas pueden contar en defensa de sus intereses.
Como contrapartida, el Estado debe exigirles a estas empresas el compromiso de la inversión y de la maximización del valor agregado en origen. Eso implica más y mejor trabajo para los argentinos y, ¿por qué no?, para los latinoamericanos.
El sector ha hecho cuantiosas inversiones en un periodo relativamente corto, lo cual ha permitido posicionar a nuestro país como uno de los principales productores a nivel mundial de este tipo de combustible renovable y uno de los más eficientes por su localización: cerca de la materia prima y cerca de los puertos.
Se tratan de inversiones privadas realizadas al amparo de un programa estatal de incentivos para la industria. Esto representa un costo para la sociedad toda, lo que condiciona el accionar de los empresarios, o mejor dicho, aumenta su compromiso frente a la sociedad. El compromiso que deben asumir frente a la sociedad va más allá de ser empresarios responsables que pagan sus impuestos. El compromiso debe apuntar a desplegar la vocación empresaria en pos de mejorar el producto, la tecnología e incrementar los mercados, todo ello apostando y construyendo sobre la base de lo propio.
La inversión que hace nuestro país en materia de Ciencia y Tecnología y en educación debe verse reflejado en última instancia en una mejor calidad de vida honrando el preámbulo de nuestra Constitución Nacional que dice: “…promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad, para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino…”
Una famosa frase del economista alemán, Friedrich List, contemporáneo de Adam Smith, dice: “Para cualquier nación que, por medio de medidas protectoras y restricciones a la navegación, haya elevado su poder industrial y su capacidad de transporte marítimo hasta tal grado de desarrollo que ninguna otra nación pueda sostener una libre competencia con ella, nada será más sabio que eliminar esa escalera por la que subió a las alturas y predicar a otras naciones los beneficios del libre comercio, declarando en tono penitente que siempre estuvo equivocada vagando en la senda de la perdición, mientras que ahora, por primera vez, ha descubierto la senda de la verdad”.
No podemos permitir que sigan pateándonos la escalera. Este atropello debe servirnos de ejemplo para unidos defender los intereses del Pueblo.
Martín Raposo
Instituto Gestar
@martinraposo
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