por Diego Bossio, Director General de Gestar
Nuestro país se encuentra disfrutando nuevamente de un proceso electoral abierto y transparente donde todos los aspirantes a cargos tendrán plena libertad para hacer sus campañas políticas en un marco de absoluto respeto institucional por los derechos civiles contemplados en nuestra Constitución y en las leyes. Esto, que ahora resulta una obviedad, apenas hace cuatro décadas era un sueño inalcanzable para una sociedad marcada por la violencia política, la proscripción electoral y los gobiernos autoritarios.
Nuestra democracia ininterrumpida es relativamente joven si miramos los casi dos siglos que tenemos como país independiente. Sin embargo, las cicatrices de la historia nos han marcado profundamente, recordándonos que la democracia es el mejor sistema de gobierno que existe en el mundo y que el sufragio universal es la mejor herramienta para que los pueblos se empoderen y usen su voto para forjar su propio destino, para escoger el camino que más les conviene y aceptar civilizadamente los deseos de las mayorías.
En las democracias valen mucho las ideas, porque a través de éstas los ciudadanos podemos comprender la mentalidad y los proyectos de los políticos que pretenden dirigirnos. Pero, además de las ideas, importan los hechos. Perón decía que mejor que decir es hacer, y este pragmatismo debe servir de brújula y cable a tierra al momento de emitir nuestro voto. Una vez que las palabras se las ha llevado el viento, lo que quedan son los hechos, las obras concretas que moldean nuestra realidad tangible y que constituyen los elementos centrales por las que los gobiernos deben ser juzgados y recordados.
En esencia, estas elecciones nos llaman a elegir entre un modelo de justicia social y desarrollo compartido que apunta hacia el futuro y otro que insiste en anclarnos al pasado, defendiendo a ultranza preceptos del libre mercado que la historia ha demostrado inviables tanto aquí como en el resto del mundo. El interrogante que debemos plantearnos como ciudadanos responsables es qué país queremos para el hoy y para el mañana: ¿queremos un país donde las fuerzas del mercado operen libremente dejando miseria y desesperación como en la década de 1990, o queremos el país que hemos tenido durante los últimos años, con un Estado moderno, capaz, presente y eficiente que fomenta inversiones y aplica el principio de redistribución de la riqueza?
Son preguntas sencillas pero de gran significancia política, social y económica. ¿La Argentina que queremos es un país de privatizaciones y de Estado ausente, o una nación grande y fuerte apuntalada por la inclusión social y la igualdad de oportunidades, donde todos podamos aspirar a progresar sobre la base del esfuerzo y las capacidades propias y no de un determinismo accidental marcado por nuestro estatus económico al momento de nacer?
No pretendo asustar a nadie diciendo que la elección es “o nosotros o el caos”, pero está claro que el modelo de país que proponen desde la oposición no puede contenernos a todos. Un modelo que pretende reducir impuestos y gastos sin explicitar cuáles serán las prioridades es equivalente a pedirnos como sociedad que firmemos un cheque en blanco, y que luego nos dirán cuál fue el monto y para qué lo van a usar.
Al contrastar las palabras con los hechos, tenemos claro que el modelo nacional y popular impulsado por Néstor y Cristina ha permitido que la Argentina crezca y se desarrolle enormemente durante los últimos años. Queda mucho por hacer y somos los primeros en reconocerlo y darnos cuenta. Nuestra doctrina peronista nos obliga a hacernos cargo de los más débiles y a defender sus intereses, que siempre son los intereses de la patria porque, como bien dice la primera verdad peronista: “La verdadera democracia es aquella donde el gobierno hace lo que el pueblo quiere y defiende un solo interés: el del pueblo”.
Tenemos el apoyo de las masas porque hablamos sin tapujos, porque somos los únicos que verdaderamente manifestamos abiertamente quiénes somos, en qué creemos y cuáles son los principios rectores que moldean el proyecto de país en el que creemos. No somos estáticos, aceptamos cambios, pero siempre nos sujetamos a los ideales de nuestros grandes preceptos peronistas de independencia económica, soberanía política y justicia social, banderas que incluso miembros de otros espacios políticos han querido enarbolar para engañar al electorado. A diferencia de los demás, nuestra historia nos obliga, nuestro presente nos define y nuestro futuro nos emociona. Por esto y más, ¡la victoria es nuestra!