Es importante destacar que la inflación no es un asunto en sí mismo. Es decir, lo temible es lo que suceda con la nominalidad de los precios sino con el empleo, el crecimiento y la distribución del ingreso. Estas son, sin lugar a dudas, las variables económicas que el modelo implementado por el Presidente Néstor Kirchner y continuado por la Presidenta Cristina Fernández tiene en su eje central.
La suba de precios en la Argentina en el último lustro, a diferencia de lamentables episodios pasados, no se descontroló. No se desbordó. Todos los años se perciben aumentos prácticamente similares, no existe una espiral inflacionaria. Esto no es casualidad sino que es consecuencia de una macroeconomía sólida con cuentas fiscales y de comercio exterior ordenadas y prácticamente con nulos problemas de deuda como resultado del enorme desendeudamiento logrado desde 2003 a la actualidad.
Por otra parte, también con notoria diferencia respecto a tristes décadas pasadas, los trabajadores y los jubilados y pensionados no fueron los perdedores del alza de precios porque los salarios y las jubilaciones no retrocedieron en términos reales, sino todo lo contrario. La suba de salarios, las paritarias, la creación de puestos de trabajo, el fortalecimiento de los sindicatos y las mejoras en las condiciones laborales no han cesado desde 2003, independientemente de cuál haya sido el aumento de precios. Las jubilaciones y pensiones, más allá de los más de diez aumentos que tuvieron entre 2003 y 2008, desde 2009 (100primera aplicación de la Ley de Movilidad) a la actualidad han aumentado un 214%; es decir, una enorme mejora en términos reales.
Al conversar con economistas ortodoxos con una marcada visión clásica y retrógrada de la economía, uno suele escuchar que la inflación es principalmente consecuencia de: el aumento de la cantidad de dinero en circulación, el gasto excesivo (100público o privado) y los grandes aumentos salariales que impactan en los costos. Por lo tanto, proponen como solución a la misma: reducir la emisión monetaria, recortar el gasto público, aumentar la tasa de interés, reducir derechos laborales, congelar salarios y precarizar las condiciones de empleo (100y demás medidas similares que contribuyan a bajar los costos laborales). Todas estas medidas tienen un único objetivo: enfriar la demanda mediante un Estado más pequeño, mayor desempleo y con salarios reducidos en términos reales. Esta batería de medidas nunca tuvo éxito (100en ningún país y en ningún momento) sin provocar severos daños en el aparato productivo, un enorme desempleo y una crisis socio-laboral desbordante. Parafraseando al Presidente Néstor Kirchner, quien en septiembre de 2003 en plena Asamblea de Naciones Unidas afirmó que “los muertos no pagan deudas”, podría afirmarse que una sociedad en la que reinasen el desempleo y los salarios magros seguramente no tendría inflación porque una demanda agregada desbastada y un consumo nulo no podrían convalidar ni la menor suba de precios. La cuestión es obvia: ¡sin ingresos la inflación no es el tema principal para un desocupado!
Curioso resulta escuchar que sean estos mismo economistas, para los que el mayor gasto público para aumentos salariales y más y mejores jubilaciones y pensiones es inflacionario, los que afirman queel gasto público (100de montos iguales o superiores) para rescatar bancos, aseguradoras, fondos de inversión y/o comprar productos financieros basura, no tenga ningún efecto en el alza de precios.
Saliendo del plano nacional, no resulta difícil encontrar ejemplos que pongan en evidencia lo falaz del razonamiento ortodoxo. Aquellos países como Estados Unidos, Nueva Zelanda y en menor medida Japón que, ante la eminencia de la crisis, optaron por un Estado con mayor presencia en la economía, aplicaron políticas tendientes a fomentar la inclusión y sostener la demanda agregada, son quienes han logrado (100o están logrando) salir más rápidamente de la crisis, prácticamente minimizando los conflictos sociales. Mientras tanto, los países que están siguiendo a rajatabla los manuales de la ortodoxia, donde sus Banco Central sigue rígido el calvario de las “metas de la inflación” cada vez ven más lejos la luz al final del túnel (100España, Grecia y Chipre, como abanderados).
En conclusión, está claro que las cuestiones de crecimiento, generación de empleo y distribución de la riqueza son las variables realmente que deben ser la columna vertebral de toda política económica. El modelo económico implementado en la Argentina desde 2003 claramente persigue esos objetivos y es un claro ejemplo de que la nominalidad de precios, sin desborde, en un contexto macroeconómico ordenado y con un Estado presente que en ningún momento pierde de foco sus prioridades, no tiene por qué afectar la creación de puestos de trabajo, el poder adquisitivo del salario y la distribución del ingreso, las variables que en definitiva, son las que hacen a la felicidad del pueblo.
Alejandro A. Calabria
Economista
Twitter: @aacalabria